En el corazón del viejo país, donde las montañas se extienden como el mar y los ríos susurran historias por temporadas de lluvia cálida y tormentas impredecibles, había una calma que parecía propia de ensueños. Esa calma se llamaba Clara, una mujer con un rostro que invitaba a sumergirse en sus ojos profundos y a perderse en el misterio de su destino.

Clara Kush era una escritora renombrada, cuyas palabras podían curar heridas que nadie había querido tocar. Sus libros eran una forma de escapar del mundo brutal que se avecinaba, un refugio donde la gente podía encontrar paz, al menos por un rato. Sin embargo, Clara no era como parecía. Detrás de aquellos ojos tristes y ese cabello largo y oscuro escondía una historia que no quería compartir.

Esa historia contenía un nombre: Alejo. Amor y venganza se cruzaban en sus letras, un juego que proseguía desde que ella lo conoció varios años atrás. La lucha había comenzado, y Clara estaba decidida a ganarla, aunque su corazón ya había perdido la partida. Con cada línea escrita, Alejo volvía a aflorar, y con él, la sombra de su gemela siamesa, que la seguía a todas partes.

Su sombrilla se parecía a ella, protectora y serena. La utilizaba para filtrar la luz del sol, para ocultar su rostro al mundo, para encontrar un poco de salvación en la oscuridad. Y cuando alzaba la vista, encontraba a los ojos de Alejo, brillando para siempre en el infinito. Así fue como Clara Kush botó sus raíces en el suelo, para construir un nido donde Alejo pudiera encontrar refugio. Su sombrilla se convirtió en su propia trinchera de alto vuelo, un exilio adoptado para independizarse del propio infierno.